quarta-feira, 23 de abril de 2008

Libertad de prensa o corporativismo?

Esto escribió el diario LA NACIÓN en uno de sus editoriales, el 22 de abril:

Las autoridades de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires han cometido una evidente equivocación al lanzarse a opinar públicamente sobre el mayor o menor acierto con que los medios periodísticos del país han cubierto la información relativa al conflicto entre el campo y el gobierno nacional. Al proceder de ese modo, quienes conducen los destinos de esa casa de altos estudios han demostrado un preocupante desconocimiento del respeto que debe inspirar a los órganos del Estado la misión del periodismo independiente en un país comprometido con la causa de la democracia y con el respaldo irrestricto a las libertades de pensamiento y de expresión. Es desalentador que la institución educativa consagrada a la tarea de formar a los futuros profesionales del periodismo se haya sometido en este caso tan rígidamente a los deseos y a las instrucciones de un gobierno cuya tendencia al autoritarismo y a la intolerancia es sobradamente conocida.


La Facultad de Ciencias Sociales de la UBA ha desmentido, así, la tradición de independencia que fue, en todas las épocas, uno de los honrosos y frecuentes timbres de honor de las universidades públicas argentinas. Desde los días memorables de la Reforma Universitaria de 1918, los claustros universitarios de nuestro país se han mantenido a saludable distancia de los sectores del poder político y han rechazado las directivas -muchas veces unilaterales y arbitrarias- que los sucesivos gobiernos pretendieron imponerles. Si se repasa la historia política del país, se advierte que nada distinguió tan claramente a nuestras universidades públicas como la dignidad y la firmeza con que supieron casi siempre enfrentar a los sucesivos gobiernos autoritarios que gobernaron a la Nación con intenciones hegemónicas, tanto a los que poseían legitimidad popular como a los que provenían de golpes militares.

Faltan a la verdad los que aseguran que la información surgida de los órganos periodísticos en la cuestión agropecuaria se ajustó, en estos días, a un discurso único o a un interés uniforme vinculado con un determinado sector económico. De ninguna manera fue así. Tanto en la prensa gráfica como en el periodismo electrónico, unos medios adoptaron una postura decididamente coincidente con la del Gobierno y otros se identificaron, en cambio, con la posición defendida por el sector rural. Y eso es justamente lo que cabe esperar de un periodismo independiente en el que están representadas las más diversas corrientes y los más diferentes matices de opinión.

La libertad de prensa se define, más que nada, por la multiplicidad y variedad de opiniones y criterios que aparecen reflejados en las columnas de los distintos medios. Una sociedad en la cual los organismos dependientes del Gobierno interfieren en los debates informativos a fin de asegurar una versión de los hechos que conforme y satisfaga a quienes ostentan el poder político contradice abiertamente los principios de libertad y pluralismo que exige la democracia. El Estado no debe reprobar ni aplaudir a los medios del periodismo independiente: su misión es aceptar la pluralidad de informaciones y opiniones que conviven en la sociedad y que se expresan a través de los diferentes órganos de prensa. No corresponde que el Estado -ya lo dijimos otras veces en esta columna- establezca mecanismos de seguimiento y vigilancia de los medios periodísticos, tendientes a controlarlos o a refutar sistemáticamente sus prédicas o sus puntos de vista. Pero menos aún corresponde que esa función sea cumplida por una Facultad de Ciencias Sociales que tiene la importante obligación de formar a los futuros hombres de prensa y que debería abstenerse, por lo tanto, de intervenir en los debates relativos a las cuestiones mediáticas y políticas más candentes de la actualidad. La misión de esa facultad es otra. Su deber es impartir la formación cultural y profesional de quienes aspiran a adquirir conocimientos en materia de comunicación social, estimulando en todos los casos la diversidad y el pluralismo informativo. De ningún modo es deseable que el Estado aliente políticas favorables a la imposición de controles informativos directos o indirectos y mucho menos que dedique a esos menesteres a sus facultades de periodismo y ciencias sociales.

Esto pienso yo (y envié al Correo de Lectores):

Ilustrar al pueblo es enseñarle públicamente sus deberes y derechos frente al Estado al que pertenece”, afirma Kant en El Conflicto de las Facultades, refiriéndose al papel de los sabios y estudiosos en una sociedad. Esta ilustración se dará por lo que el filósofo, fundador del pensamiento moderno, irá a llamar “uso público de la razón”. Que no es sino el libre y público debate de ideas entre los esclarecidos, para beneficio de todos.

Basta leer el estatuto vigente para entender que la misión de la UBA no se limita, como afirma la columna editorial del 22 de abril, “Dirigismo Periodístico”, a “impartir formación cultural y profesional”. El pensamiento crítico sobre temas de la sociedad es, también su papel esencial. Cito el Artículo VI de ese estatuto: “la universidad estudia y expone objetivamente sus conclusiones sobre los problemas nacionales”. ( El estatuto está disponible en http://www.uba.ar/download/institucional/uba/9-32.pdf )

Se equivoca LA NACIÓN al exigir que callen los estudiantes y profesores de comunicación de una de las más prestigiosas instituciones del país. Reclamar silencio a quienes critican la acción de los medios es una forma peligrosa de corporativismo, que no defiende sino que amenaza el derecho de expresión, el aliento al debate de ideas, tan necesario en el momento que atraviesa el país.

Cierta elite periodística se embandera en la defensa de un derecho n menos irrestricto que exclusivo para opinar sobre algunos temas –en este caso, su propia acción. Que la facultad de comunicación de una universidad, actuando de manera legítima dentro de lo que sus estatutos mandan, sea crítica del modelo es presentado como un atentado a la libertad de prensa, una manifestación de “dirigismo periodístico”. (Dirigismo de quién? Qué quiere decir con eso? )

Así, según piensa LA NACIÓN, la “multiplicidad y variedad de opiniones” sólo es válida si aparece reflejada “en las columnas de los distintos medios”. Es decir: dentro de los medios, es libertad. Fuera de los medios, no. El concepto se repite, en formas diferentes: “su misión (la del Estado) es aceptar la pluralidad de informaciones y opiniones que conviven en la sociedad y que se expresan a través de los diferentes órganos de prensa”. Libertad, desde que sea dentro de los medios.

El poder sin contrapoder, como lo bautizó Ignacio Ramonet, no acepta críticas ni cuestionamientos y, más grave aún, se postula como detentor exclusivo del derecho a opinar, a expresarse, a criticar.

Para ser dueño de un diario (o de una red de televisión, o de una editorial de revistas) hacen falta algunos millones de dólares: fortuna personal, créditos bancarios, aportes de capital son los caminos para llegar a constituir un medio de comunicación. No es por acaso que en toma América latina está en cuestión el papel de la prensa como actor político y económico: son muy pocas familias las que detienen la facultad de ejercer esta libertad. Y, a diferencia de los gobernantes, a ellos no se les vence el mandato.

Que los medios representan a uno o a algunos sectores de la sociedad, y no a todos los sectores, es un hecho difícilmente discutible: son los dueños de los medios, ejerciendo el poder que la propiedad les otorga, los que deciden sobre la línea editorial a seguir. Difícilmente apoyarían (no lo hacen) posturas que pueden representar alguna amenaza al status quo que los mantiene en un lugar de poder. Es humano y es legítimo, pero se torna ilegítimo cuando este interés particular o sectorial se viste con las ropas del bien común, transformando cualquier crítica en ataque a la libertad de prensa.

Callar a los que opinan diferente de nosotros no le hace bien al país. Si LA NACIÓN considera equivocadas las críticas presentadas por la UBA están a su disposición los medios para contestarlas. Eso es saludable.

Soy periodista y creo en las bondades de la libertad de expresión casi irrestricta –el “casi” cabe porque no creo en una libertad irrestricta que permita que sus enemigos se alimenten de ella para destruirla. Pero este apoyo a la libertad de expresión y a la libertad de prensa como una de sus manifestaciones en particular (no es la única) no se hace sin crítica. Es un apoyo que exige una postura más honesta y más transparente de aquellos que por vocación, por talento y por delegación de la sociedad en la forma de mercado, diariamente hacen ejercicio de la delicada misión de buscar la verdad.




terça-feira, 22 de abril de 2008

A próxima fronteira


http://www.wired.com/medtech/health/magazine/16-05/ff_wozniak

Faça o favor: clique no link acima e leia. Vá no poste anterior e leia, também. Somente depois volte neste post, continue lendo e me diga.
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Pronto, pressuponho que você leu.
Eu tenho sentimentos ambíguos em relação a esta nova fronteira da revolução digital que parece estar ganhando espaço: a fronteira onde Google nos ajuda a encontrar lembranças perdidas nos "campos e nos vastos palácios da memória" (Santo Agostinho). A fronteira que, uma vez atravessada, irá nos fornecer uma prótese da memória, da capacidade de armazenar e recuperar dados.
As invenções do homem não passam, na sua grande maioria (se não na totalidade), de extensões de suas próprias capacidades naturais. O carro, o avião, o barco aumentam nossa capacidade natural de locomoção, as armas aumentam o poder de matar, o telescópio nos faz ver mais longe... Trata-se, de modo geral, de superar as restrições impostas pelas duas categorias transcendentais kantianas, o tempo e o espaço: o gramófono e suas derivações (até o I-pod) servem, como a fotografia, para driblar a restrição do tempo quanto aos instantes fugidios. A escrita é meio para perpetuar a palavra. A palavra... a palavra é caso diferente: essa é invenção que nos faz humanos, e duvido de listá-la como invenção.
O computador é uma muleta capaz de aumentar em muito a capacidade de cálculo, de armazenamento, de classificação de informações. Com um computador, uma conexão eficaz e um treino mínimo no uso do Google, qualquer mané dá de dez no mais erudito. Mas agora a promessa é que não precisaremos da interface da máquina ou, pelo menos, não do trabalhoso e falível método de armazenamento manual, asistemático, deliberado...
Será?
Se for, se trata de incorporar (literalmente, de colocar dentro do corpo: in-corpore) ou, melhor ainda, de inmentar um mecanismo comercial, artificial. Criar uma mediação de nós com nós mesmos. Mediatizou-se a conversa informal (chat, em inglês), isto é, o bate-papo entre amigos que se fazia de graça e sem tecnologia. parecia uma fronteira dificil de se superar. Parecía.
Então, eis os meus sentimentos ambíguos. De um lado, creio que isso tudo é conversa, que não dá, que é bobagem. Mas a discussão está acontecendo, e isso já é um dado para se levar em conta: me divido entre a incredulidade e o espanto pela possibilidade.
E, ainda no terreno dos sentimentos ambíguos, me divido entre o medo de uma nova dependência, de um novo meio de geração de lucro (e da conseqüente sujeição), e a fascinação por uma ferramenta tão poderosa.
Imagino como terá se sentido um indivíduo quando ouvia falar da possibilidade de que corpos mais pesados que o ar atravessem o mundo, carregando gente e mercadoria pelo globo afora...

quarta-feira, 16 de abril de 2008

Prótese da memória?

Uma rapidinha, pois estou às corridas (esse negócio de trabalhar é fogo!). Mas não quero deixar de anotar a ansiedade que provoca a leitura de um post do Machinist sobre um programa que tem por fim criar uma memória virtual da própria vida. O sistema é bastante tosco, se entendi corretamente (se basei em fotos que você deve ir tirando, o tempo todo), mas a idéia asusta. E se asusta é porque parece razoavelmente possível imaginar uma prótese da memória -algo assim como um Google da mente...
(veja você me me diga. basta clicar aqui)

sexta-feira, 11 de abril de 2008

New vs. Traditional Media

Apenas uma indicação: vale a leitura do artigo de Universia sobre as nem sempre fáceis relações entre Google e as novas mídias. Clique aqui.

Un homenaje al maestro de todos

Al que mejor mata. Al que mejor miente. Al que entendió que para ejercer el poder mafioso hay que olvidarse del hombre. Al que sabe que al dios Poder se lo cultua siguiendo su mandato sin cuestionarlo. Al Jefe, al Maestro, al Capo, Don Corleone.

terça-feira, 8 de abril de 2008

Del huevo de Neustadt al huevo de la serpiente

Brasil, Venezuela, Argentina: los medios de comunicación están en el centro del debate. Los respectivos gobiernos los acusan de tener una agenda orientada a la defensa de intereses de sector. Este texto no trata de eso -pero pega en el palo. Algo que la crisis argentina pone en evidencia es la incapacidad (o la falta de interés) de los medios en iluminar la compreensión de la sociedad sobre los fenómenos que la convulsionan. Más allá de una intención eventualmente autoritaria de la Presidenta o Presidente, la idea de un observatorio de medio no está mal. Al final, en eso D'Elia tiene razón: es muy poca gente la que decide qué va al aire, qué se publica, cómo se opina. Esa gente no es elegida por voto popular, y sería excepcionalmente naif imaginar que los dueños de los medios no tienen alguna agenda particular o sectorial. Unos hacen un diario para tener poder, otros para autoproclamarse como referencia intelectual, otros para defender los intereses de un sector de la sociedad... Pero sobre eso volveremos. El texto que sigue es una primera tentativa de entender qué pasa en la Argentina.

Reflexiones para comprender un país huérfano de líderes

Estoy perplejo. Me fui de la Argentina hace 17 años; hace dos que paso la mitad del tiempo en Mar del Plata, la otra mitad en Brasil. Y, lo confieso, me cuesta mucho entender lo que veo en esos días que estoy acá. Soy un Federdenker, es decir, alguien que piensa escribiendo o escribe pensando. Escribo este texto para intentar encontrar un camino en esta confusión.

Un amigo de los más queridos manda un e-mail. “LA SOCIEDAD DE LOS POETAS MUERTOS... ¡ESTÁ VIVA!” es el título. El escrito no es suyo, advierto antes de leer el texto formateado en tipografía grande y redonda. Las palabras son fuertes, la prosa eficaz, y algo entre una rabia añejada, un vislumbrar de venganza, un visceral odio primitivo se muestran sin pudor; es obsceno, insultante, a propósito ofensivo. Provocador. El regodeo de alguien que siente o sospecha que puede, por fin, sacar a luz el acre olor de sus miserias, que es tiempo de volver a superficie a pelearse por las carroñas del poder. La hora, por fin, llegó. Esa hora siempre llega, en la Argentina.

Sigo leyendo, de un tirón y sin respirar. Llego a la firma y el texto gana sentido, un nuevo sentido: es Neustadt el que escribe, el que se embandera en las cacerolas de lo que él llama una clase media renacida. Parece hasta demasiado fácil de entender, ahora: el tono que recuerda aquellos editoriales previos al golpe del 76, la reivindicación histórica del intérprete y portavoz de esa Argentina retrógrada, fascista.

El campo contra el Gobierno: tomar partido entre do modelos oligárquicos

Miro alrededor y veo confusión: el campo, me dicen, contra el gobierno.

Trato de entender más allá del análisis de mirada corta de los columnistas políticos, que interpretan la realidad apenas en términos de disputas personales de poder. Me gusta imaginarme que lo que se discute es más que un impuesto o algo parecido a un impuesto, que el origen de la discordia está en la disfunción visceral que mantiene a la Argentina un par de ciclos atrás en la historia de la economía mundial –antes de la revolución industrial. Pero sé que lo mío es apenas ilusión. Que es verdad que el origen de los disturbios está en esa disfunción histórica que nace de la primacía del único puerto exportador, la consecuente especialización agrícola-ganadera y la construcción de un modelo de poder centralizado y en manos de una clase, pero que lo que se discute no es ese modelo de país, sino algo diferente. Es, apenas, la pelea por un botín –dinero, poder. El modelo de país no está en cuestión: no se trata de utilizar el dinero de las retenciones para construir un nuevo modelo de nación, para modificar la estructura de distribución de la riqueza.

Y nos piden que tomemos partido. “Tienen 4 x 4”, nos dicen unos. “Tienen 6 millones de dólares y toman champán”, nos gritan otros. Quieren que elijamos a una de las dos mediocridades miserables. Veamos cuáles son nuestras opciones.

Podemos juntarnos con los pequeños productores rurales, gente de trabajo, gente que sufre para criar a sus familias de una manera decente en una actividad que, sabemos, enfrenta los avatares de la naturaleza, de los desgobiernos, de los mercados internacionales. Juntarnos con los críticos de un gobierno que hace y deshace a su antojo, que no acepta dar explicaciones, que hizo del poder la meta de todo su actuar –al punto que nos cuesta aplaudir hasta las medidas buenas, porque sabemos que por detrás está la búsqueda de ese nuestro aplauso para reforzar lo único que le importa a este gobierno, que es la pose del poder.

O podemos juntarnos con los trabajadores que dependen de las retenciones para que sus sueldos consigan superar la inflación –esa gente que las estadísticas mostraban abajo de la línea de pobreza y que ahora, cinco años después, está en la clase media. Podemos aplaudir a los que muestran cómo los mismos apellidos que hoy exigen diálogo, treinta años atrás apoyaban efectivamente al golpe de estado, como mucha de esa gente que hoy se indigna contra la arbitrariedad ayer aplaudió a Astiz entrando en el balneario del Yacht Club Argentino, en Mar del Plata. Podemos elegir el lado de los que dicen que con los productores medianos están siendo tasados las multinacionales sojeras que están devastando el norte del país; que la lucha contra las retenciones, para muchos, es la defensa de un retorno financiero turbinado por la coyuntura y que ese mismo capital volará, gracioso y ágil, cuando esa coyuntura cambie (y que esas golondrinas difícilmente vuelven).

Nos piden que elijamos, como antes entre Rosas y Mitre, entre Perón y (qué coincidencia!) Mitre (el de La Nación). O, como apunta bien otro amigo, también de los más queridos, nos dicen que la antinomia de Sarmiento sigue viva: civilización o barbarie. Blancos que se visten como en Milán y Nueva York o negros que huelen como el Retiro de los bolivianos y paraguayos; o, mejor, bolitas y paraguas.

Pero, pienso mientras releo la columna rabiosa del periodista senil, ahí es que está la trampa. Nos piden que nos juntemos con unos o con otros, en nombre de alguna representatividad supuesta, cacareada. El “campo” ahora representa a la “clase media” (qué será cada una de esas entelequias?), mientras que el Gobierno representa… se pone más difícil, aquí. Talvez el Gobierno represente a los trabajadores, a los desposeídos, a los pobres... (al Gobierno le hace falta trabajar mejor sus metáforas, está perdiendo en ese terreno).

¿A quién elegir, por quién tomar partido?

Por ninguno de ellos, sin duda. Por la sociedad argentina, antes. Por nosotros. Entre ese ellos y ese nosotros está el abismo que marca la principal deficiencia argentina, que es el déficit de elites. Ya dijo Platón que el castigo para los mejores que no acepten asumir la carga de gobernar consistirá en que otros, peores que ellos, los gobernarán.

Ellos son peores que nosotros, y nosotros recibimos, merecidamente, el castigo de que nos gobiernen. Este ellos incluye a los dirigentes políticos, a los dirigentes empresariales, a los dirigentes sindicales: gente que nos representa de hecho pero no en los actos ni en nuestra convicción. Son legítimos porque ocupan los espacios que les dejamos libres y disponibles, pero no son legítimos porque no gobiernan para el bien común sino por interés personal o sectorial.

Oligarquía es una palabra que oímos mucho, últimamente. De nuevo nos remitimos a la República de Platón (pero podríamos referir la Política de Aristóteles) para entender que oligarquía (gobierno de unos poco para unos pocos) es la degeneración de la aristocracia (gobierno de los mejores para todos). Nadie sospecha que los dos lados en pugna peleen por el bien de todos, ni que sean los mejores: son dos formas oligárquicas enfrentadas por un botín, apenas. (La diferencia, y no es poca, es que al Gobierno se lo eligió por voto, institucionalmente, y del otro lado están entidades de sectores que, cuando necesario, no dudaron en apoyar la deposición de los gobernantes elegidos; puede no ser el caso ahora, pero es sano recordar estas cosas).

Don Vito Corleone y un país huérfano de líderes

Feinmann, en artículo lúcido de mayo de 2007, hablaba de la “corleonización” de la Argentina, esto es, de la degradación de la política a un punto en el que la única batalla es la batalla por el poder. En sus palabras: “El corleonismo, ideológicamente, es un significante vacío. No tiene ideología, tiene poder. Ese poder se lo da el dinero. El dominio de los territorios decisivos del país. Todos los feudos del interior son corleonistas. La Provincia de Buenos Aires es el gran bastión del corleonismo. Kirchner (que es el único que hoy puede gobernar este país) se comió al corleonismo bonaerense.” Y concluye que en estas prácticas políticas no hay lugar para gente sino apenas para alacranes. (Recordemos la parábola del alacrán, cuya naturaleza lo lleva a matar inclusive a la rana que lo está ayudando a cruzar un río; la mata a pesar de que se ahogará, pero su naturaleza asesina es más fuerte que el instinto de preservación. Suena conocido.)

Veo aquí elementos para comenzar a entender lo que pasa hoy: el corleonismo se pelea, y de un lado es por dinero para acceder al poder, mientras del otro el poder es lo que permitirá el acceso a más dinero. Nada cambia para nosotros, el resto, los que la miramos de afuera. Unos u otros son lo mismo, emergentes del mismo fenómeno, síntomas de la misma enfermedad que padece este país, y a cuyo diagnóstico conduce el título oportuno de un texto de Nancy Pazos: “Huérfanos de líderes”.

Dice más el título que el texto –que se limita a apuntar, correctamente, la falta de políticos a la altura del momento. Estamos, si, huérfanos de líderes, y eso incluye a los políticos que no tenemos, a los líderes empresariales y sectoriales, a los periodistas y analistas (que sean capaces de mostrar lo que pasa más allá del efectismo de las cacerolas y los D’Elia). Tenemos un déficit de liderazgos que no es reciente sino estructural, histórico. Mérito de Perón o de la dictadura (y no los equiparo: uno fue elegido por el voto, los otros usurparon el poder con las armas que les confiamos para protegernos, no para someternos o asesinarnos), consecuencia de un proceso histórico de conformación de las instituciones, no lo sé. El hecho es que no tenemos elites capaces y conscientes para asumir el papel que les toca, esto es, conducir los destinos de una nación.

Dije elites, y fue a propósito: un histórico déficit de elites que nos condiciona y compromete las posibilidades de algún futuro.

La noción de elite aquí empleada no se refiere a familias de pretensiones aristocráticas y pasados espurios. Como pasa con la palabra autoridad (que se convirtió en estigma: reclamar autoridad nos iguala a Patti, al peor discurso de la derecha), el mal uso ha degradado la noción de elite, que aquí y hoy evoca a tilingos sin ocupación seria, y no a un estrato de la sociedad capaz de asumir responsabilidades. Hablo de las elites de Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña. En esos países, más antiguos y con sociedades más estratificados, es más fácil entender quién es elite: frecuentan las mejores universidades, ganan los mejores sueldos, viven en los mejores barrios y ocupan los cargos de más responsabilidad en el gobierno. Son, por ejemplo, alumnos de la francesa Sciences Po, como Chirac, Mitterrand y, de hecho, los trece últimos primeros ministros franceses[1]... Elites son elites, y suelen irritarnos con sus privilegios. La diferencia es que en algunos países, ser parte de la elite trae, además de algunas ventajas (por ejemplo, tener acceso a la mejor educación y, en consecuencia, a mejores salarios), responsabilidades. Como la de hacerse cargo de construir un país para todos.

Aquí no tenemos, de hecho, algo semejante a una elite en el sentido de esos países, y por eso el criterio debe ser más amplio y más flexible: llamamos aquí elite a esa parte de la sociedad que está en condiciones de conducir los rumbos del país. De, asumiendo una metáfora náutica, ocupar el puente de mando. Gente excelente, con formación y capacidad de liderazgo, capaz de soñar grande y conducir la construcción de un futuro para todos. Y soñar, en esto, tiene importancia radical, tanto como conseguir ejecutar: hay que saber soñar grande y saber transformar el sueño grande en realidad.

¿Qué sueño es nuestro sueño, y qué posibilidades tenemos de que se concrete?

Eso queda muy evidente en una comparación que me resulta fácil y que está de moda: Brasil x Argentina. Tanto cuanto las evidentes, notables diferencias geográficas, Brasil nos aventaja en una elite que, mirando de manera menos crítica de lo que debía a su pasado, pero con noción de responsabilidad por el futuro, viene construyendo las bases para un país mejor, y lo hace seriamente –aunque con muchos tropiezos, claro: todavía hay mucha limpieza por hacer, mucha injusticia por resolver.

Me tocó ver el proceso, desde cuando nos admiraban como el modelo de avanzada a ser seguido hasta ahora, cuando nos miran con estupor y condescendencia, preguntando dónde nos tropezamos para caer tan mal. Salimos de los procesos dictatoriales más o menos en la misma época, y desde entonces sufrimos gobernantes de varios tipos, los dos. La diferencia está en que en Brasil la tendencia es virtuosa: expulsaron a Collor sin quebrar el orden institucional, tuvieron al folklórico Franco, pasaron al doctoral Fernando Henrique y ahora tienen a Lula. Mientras tanto, echaron a los capos vergonzantes del Congreso (y eso incluyó a los otrora todopoderosos caciques regionales, como el bahiano Antonio Carlos Magalhães). En esto tuvo y tiene que ver una prensa que, aunque sectorial y anticuada en muchos aspectos, asume un país y la defensa de sus instituciones, así como una malla fuerte tejida por dirigentes empresariales, líderes políticos y pensadores que creen que es posible un Brasil grande. Y que forma o está formando líderes jóvenes.

Elijo a uno como ejemplo, sabiendo que no es excepción, sino tendencia. Luiz Felipe nació hace 43 años en familia rica y tradicional y con porte de galán, se casó con la heredera de una de las mayores fortunas del país. Estudió historia, corrió (muy bien) varias maratones, fundó una editorial de revistas culturales, trabajó en la mayor editorial de revistas de Brasil (fuimos colegas) y desde hace dos años se prepara en Harvard, estudiando para ejercer una actividad política. En un país en el que el déficit de elites también es endémico, Luiz Felipe es ejemplo de una forma de una renovación sana y necesaria –aunque todavía incipiente.

Digamos que por jóvenes y ricos, se compararían a él Scioli y Macri.

Sobre Macri no sé decir mucho, excepto que algunos alertas despiertan mi desconfianza, más allá del marketing montado por una empresa eficaz (entre el marketing y la política hay una fosa enorme). Hablo del tufillo berlusconiano -pero puedo estar siendo injusto, juzgando por una apariencia, apenas. Hablo de la sospecha que me provoca alguien cuyo mayor mérito como administrador sea haber ocupado cargos en empresas familiares y dirigido un club –sabiendo o que los clubes son corleonistas por naturaleza y vocación. Me refiero al argumento de taxista (pero no apenas), según el cual Macri no va a robar porque ya es suficientemente rico –Ja! Como si tener plata fuese garantía para no robar…

Sobre Scioli si, puedo decir mucho. Le hice la primera entrevista de su vida, cuando yo dirigía una revista de deportes náuticos (la fenecida Bitácora) y él estaba por entrar en el mundo motonáutico: “que nadie nos moleste… no me pase ninguna llamada”, ordenó a su secretaria con voz bronca. Acompañé la (hábil, sin duda) invención de su carrera motonáutica, hecha a base de la compra de lanchas para él y para sus competidores en categorías antes vacías (adivinen cuál era la más potente…) y un marketing bien conducido por Clarín y el menemismo. Si tengo que juzgar lo que de él no sé por aquello que conozco bien tengo que decir que no tiene altura para conducir la provincia más rica del país –puede hasta hacerlo con habilidad, pero no le confío altura moral.

O sea, nos falta gente capaz de soñar grande, de contagiar con este sueño a la sociedad, de inspirarla y de juntar las fuerzas para que todos construyamos algo grande. Eso es lo que entiendo por orfandad de líderes. Un país sin líderes no va a conseguir salir de sus ciclos viciosos, de su propia versión del mito del eterno retorno.

El joven Corleone interpretado por Al Pacino estudió en una buena universidad. Debía escapar al destino de su padre: fue criado para escapar a la fuerza gravitacional de la famiglia, para ser un ciudadano exitoso dentro de la legalidad. No pudo. La ausencia de líderes (sus hermanos eran incompetentes para el cargo, estaban llevando a la organización al desastre) lo obligó a cumplir con su destino. Reencarnó a su padre e inició un nuevo ciclo, igual al anterior, pero un poco diferente: más sangriento, más aceitado y eficaz, más orientado por los saberes del siglo.

Es así en la Argentina: cuando creemos que algo nuevo empezó descubrimos que una fuerza mayor nos lleva de nuevo al viejo ciclo de desestructuración, de enfrentamientos, de quiebra social, económica, institucional, hasta que un nuevo héroe se alza y nos promete, esta vez si, salir del pozo (a los 44 años consigo recordar a Alfonsín, a Menem y, episódicamente, a varios más). Son héroes, no líderes. Mesiánicos, voluntariosos a lo mejor, fracasan y dejan al país frente al inicio de una nueva fase del ciclo perverso. Podríamos hablar de las doctrinas filosóficas del tiempo circular o, para continuar en el registro hollywoodiano, referirnos a El Día de la Marmota: la historia de un periodista que queda preso en un día; no importa lo que haga, el día volverá a empezar y los hechos a su alrededor seguirán su curso, cambiando por su acción directa, mas sin cambiar en nada. Así es la Argentina: cuando todo parece diferente, descubrimos que no salimos del mismo lugar, del mismo tiempo.

El otro huevo de Neustadt

Neustadt parece sacar su hocico de roedor a la luz para recordarnos que no conseguimos escapar de nuestro destino cíclico, que el nuestro es El País de la Marmota. Fue gracioso cuando el viejo yacaré, dando los últimos coletazos antes de la senilidad, mostró su saco escrotal en la tapa de la revista que mejor incorporó la esencia del menemismo. Talvez ahora, ya definitivamente senil, Neustadt nos esté mostrando otro huevo. El huevo de la serpiente que alberga nuestra clase media –esa clase media que alcanzó, una vez más, su nivel habitual de fascismo y que, incapaz de parir líderes y de soñar cualquier grandeza, se contenta con los despojos del festín.



[1] Otros nombres célebres que frecuentaron Sciences Po (oficialmente Institut d'Études Politiques de Paris): Ingrid Betancourt, Michel Camdessus, Nicole Fontaine (presidente del parlemento europeo), Simone Veil (presidente del parlemento europeo), Pascal Lamy (director general de la Organización mundial de comercio), Rainier III de Monaco, los presidentes franceses Jacques Chirac, François Mitterrand, Georges Pompidou, y los primerios ministros franceses Dominique de Villepin, Lionel Jospin, Alain Juppé, Édouard Balladur, Michel Rocard, Jacques Chirac, Laurent Fabius, Raymond Barre, Jacques Chaban-Delmas, Maurice Couve de Murville y Michel Debré. Eso sin contar a gente de la cultura o las letras, como Marcel Proust, por ejemplo. Son 28 jefes de estado, según la cuenta oficial de la institución.

segunda-feira, 7 de abril de 2008

Hoje é festa

O autor celebra, e este blog se soma às comemorações, com uma trilha especialmente composta por um grupo novo, que promete.
(Mais uma vez que fugimos do tema deste blog, por motivos estritamente pessoais e sem qualquer vestígio de remorso)

quarta-feira, 2 de abril de 2008

A descoberta da Classe C

A classe C brasileira está na moda -de novo. Veja deu capa e os jornais e revistas de negócios estão alvoroçados com a novidade: existe um pais oculto , e bons negócios para se fazer. Em 2003 fiz uma palestra sobre como fazer revistas populares para esse público: boa parte do que foi dito lá está valendo. Confira clicando aqui.