terça-feira, 8 de abril de 2008

Del huevo de Neustadt al huevo de la serpiente

Brasil, Venezuela, Argentina: los medios de comunicación están en el centro del debate. Los respectivos gobiernos los acusan de tener una agenda orientada a la defensa de intereses de sector. Este texto no trata de eso -pero pega en el palo. Algo que la crisis argentina pone en evidencia es la incapacidad (o la falta de interés) de los medios en iluminar la compreensión de la sociedad sobre los fenómenos que la convulsionan. Más allá de una intención eventualmente autoritaria de la Presidenta o Presidente, la idea de un observatorio de medio no está mal. Al final, en eso D'Elia tiene razón: es muy poca gente la que decide qué va al aire, qué se publica, cómo se opina. Esa gente no es elegida por voto popular, y sería excepcionalmente naif imaginar que los dueños de los medios no tienen alguna agenda particular o sectorial. Unos hacen un diario para tener poder, otros para autoproclamarse como referencia intelectual, otros para defender los intereses de un sector de la sociedad... Pero sobre eso volveremos. El texto que sigue es una primera tentativa de entender qué pasa en la Argentina.

Reflexiones para comprender un país huérfano de líderes

Estoy perplejo. Me fui de la Argentina hace 17 años; hace dos que paso la mitad del tiempo en Mar del Plata, la otra mitad en Brasil. Y, lo confieso, me cuesta mucho entender lo que veo en esos días que estoy acá. Soy un Federdenker, es decir, alguien que piensa escribiendo o escribe pensando. Escribo este texto para intentar encontrar un camino en esta confusión.

Un amigo de los más queridos manda un e-mail. “LA SOCIEDAD DE LOS POETAS MUERTOS... ¡ESTÁ VIVA!” es el título. El escrito no es suyo, advierto antes de leer el texto formateado en tipografía grande y redonda. Las palabras son fuertes, la prosa eficaz, y algo entre una rabia añejada, un vislumbrar de venganza, un visceral odio primitivo se muestran sin pudor; es obsceno, insultante, a propósito ofensivo. Provocador. El regodeo de alguien que siente o sospecha que puede, por fin, sacar a luz el acre olor de sus miserias, que es tiempo de volver a superficie a pelearse por las carroñas del poder. La hora, por fin, llegó. Esa hora siempre llega, en la Argentina.

Sigo leyendo, de un tirón y sin respirar. Llego a la firma y el texto gana sentido, un nuevo sentido: es Neustadt el que escribe, el que se embandera en las cacerolas de lo que él llama una clase media renacida. Parece hasta demasiado fácil de entender, ahora: el tono que recuerda aquellos editoriales previos al golpe del 76, la reivindicación histórica del intérprete y portavoz de esa Argentina retrógrada, fascista.

El campo contra el Gobierno: tomar partido entre do modelos oligárquicos

Miro alrededor y veo confusión: el campo, me dicen, contra el gobierno.

Trato de entender más allá del análisis de mirada corta de los columnistas políticos, que interpretan la realidad apenas en términos de disputas personales de poder. Me gusta imaginarme que lo que se discute es más que un impuesto o algo parecido a un impuesto, que el origen de la discordia está en la disfunción visceral que mantiene a la Argentina un par de ciclos atrás en la historia de la economía mundial –antes de la revolución industrial. Pero sé que lo mío es apenas ilusión. Que es verdad que el origen de los disturbios está en esa disfunción histórica que nace de la primacía del único puerto exportador, la consecuente especialización agrícola-ganadera y la construcción de un modelo de poder centralizado y en manos de una clase, pero que lo que se discute no es ese modelo de país, sino algo diferente. Es, apenas, la pelea por un botín –dinero, poder. El modelo de país no está en cuestión: no se trata de utilizar el dinero de las retenciones para construir un nuevo modelo de nación, para modificar la estructura de distribución de la riqueza.

Y nos piden que tomemos partido. “Tienen 4 x 4”, nos dicen unos. “Tienen 6 millones de dólares y toman champán”, nos gritan otros. Quieren que elijamos a una de las dos mediocridades miserables. Veamos cuáles son nuestras opciones.

Podemos juntarnos con los pequeños productores rurales, gente de trabajo, gente que sufre para criar a sus familias de una manera decente en una actividad que, sabemos, enfrenta los avatares de la naturaleza, de los desgobiernos, de los mercados internacionales. Juntarnos con los críticos de un gobierno que hace y deshace a su antojo, que no acepta dar explicaciones, que hizo del poder la meta de todo su actuar –al punto que nos cuesta aplaudir hasta las medidas buenas, porque sabemos que por detrás está la búsqueda de ese nuestro aplauso para reforzar lo único que le importa a este gobierno, que es la pose del poder.

O podemos juntarnos con los trabajadores que dependen de las retenciones para que sus sueldos consigan superar la inflación –esa gente que las estadísticas mostraban abajo de la línea de pobreza y que ahora, cinco años después, está en la clase media. Podemos aplaudir a los que muestran cómo los mismos apellidos que hoy exigen diálogo, treinta años atrás apoyaban efectivamente al golpe de estado, como mucha de esa gente que hoy se indigna contra la arbitrariedad ayer aplaudió a Astiz entrando en el balneario del Yacht Club Argentino, en Mar del Plata. Podemos elegir el lado de los que dicen que con los productores medianos están siendo tasados las multinacionales sojeras que están devastando el norte del país; que la lucha contra las retenciones, para muchos, es la defensa de un retorno financiero turbinado por la coyuntura y que ese mismo capital volará, gracioso y ágil, cuando esa coyuntura cambie (y que esas golondrinas difícilmente vuelven).

Nos piden que elijamos, como antes entre Rosas y Mitre, entre Perón y (qué coincidencia!) Mitre (el de La Nación). O, como apunta bien otro amigo, también de los más queridos, nos dicen que la antinomia de Sarmiento sigue viva: civilización o barbarie. Blancos que se visten como en Milán y Nueva York o negros que huelen como el Retiro de los bolivianos y paraguayos; o, mejor, bolitas y paraguas.

Pero, pienso mientras releo la columna rabiosa del periodista senil, ahí es que está la trampa. Nos piden que nos juntemos con unos o con otros, en nombre de alguna representatividad supuesta, cacareada. El “campo” ahora representa a la “clase media” (qué será cada una de esas entelequias?), mientras que el Gobierno representa… se pone más difícil, aquí. Talvez el Gobierno represente a los trabajadores, a los desposeídos, a los pobres... (al Gobierno le hace falta trabajar mejor sus metáforas, está perdiendo en ese terreno).

¿A quién elegir, por quién tomar partido?

Por ninguno de ellos, sin duda. Por la sociedad argentina, antes. Por nosotros. Entre ese ellos y ese nosotros está el abismo que marca la principal deficiencia argentina, que es el déficit de elites. Ya dijo Platón que el castigo para los mejores que no acepten asumir la carga de gobernar consistirá en que otros, peores que ellos, los gobernarán.

Ellos son peores que nosotros, y nosotros recibimos, merecidamente, el castigo de que nos gobiernen. Este ellos incluye a los dirigentes políticos, a los dirigentes empresariales, a los dirigentes sindicales: gente que nos representa de hecho pero no en los actos ni en nuestra convicción. Son legítimos porque ocupan los espacios que les dejamos libres y disponibles, pero no son legítimos porque no gobiernan para el bien común sino por interés personal o sectorial.

Oligarquía es una palabra que oímos mucho, últimamente. De nuevo nos remitimos a la República de Platón (pero podríamos referir la Política de Aristóteles) para entender que oligarquía (gobierno de unos poco para unos pocos) es la degeneración de la aristocracia (gobierno de los mejores para todos). Nadie sospecha que los dos lados en pugna peleen por el bien de todos, ni que sean los mejores: son dos formas oligárquicas enfrentadas por un botín, apenas. (La diferencia, y no es poca, es que al Gobierno se lo eligió por voto, institucionalmente, y del otro lado están entidades de sectores que, cuando necesario, no dudaron en apoyar la deposición de los gobernantes elegidos; puede no ser el caso ahora, pero es sano recordar estas cosas).

Don Vito Corleone y un país huérfano de líderes

Feinmann, en artículo lúcido de mayo de 2007, hablaba de la “corleonización” de la Argentina, esto es, de la degradación de la política a un punto en el que la única batalla es la batalla por el poder. En sus palabras: “El corleonismo, ideológicamente, es un significante vacío. No tiene ideología, tiene poder. Ese poder se lo da el dinero. El dominio de los territorios decisivos del país. Todos los feudos del interior son corleonistas. La Provincia de Buenos Aires es el gran bastión del corleonismo. Kirchner (que es el único que hoy puede gobernar este país) se comió al corleonismo bonaerense.” Y concluye que en estas prácticas políticas no hay lugar para gente sino apenas para alacranes. (Recordemos la parábola del alacrán, cuya naturaleza lo lleva a matar inclusive a la rana que lo está ayudando a cruzar un río; la mata a pesar de que se ahogará, pero su naturaleza asesina es más fuerte que el instinto de preservación. Suena conocido.)

Veo aquí elementos para comenzar a entender lo que pasa hoy: el corleonismo se pelea, y de un lado es por dinero para acceder al poder, mientras del otro el poder es lo que permitirá el acceso a más dinero. Nada cambia para nosotros, el resto, los que la miramos de afuera. Unos u otros son lo mismo, emergentes del mismo fenómeno, síntomas de la misma enfermedad que padece este país, y a cuyo diagnóstico conduce el título oportuno de un texto de Nancy Pazos: “Huérfanos de líderes”.

Dice más el título que el texto –que se limita a apuntar, correctamente, la falta de políticos a la altura del momento. Estamos, si, huérfanos de líderes, y eso incluye a los políticos que no tenemos, a los líderes empresariales y sectoriales, a los periodistas y analistas (que sean capaces de mostrar lo que pasa más allá del efectismo de las cacerolas y los D’Elia). Tenemos un déficit de liderazgos que no es reciente sino estructural, histórico. Mérito de Perón o de la dictadura (y no los equiparo: uno fue elegido por el voto, los otros usurparon el poder con las armas que les confiamos para protegernos, no para someternos o asesinarnos), consecuencia de un proceso histórico de conformación de las instituciones, no lo sé. El hecho es que no tenemos elites capaces y conscientes para asumir el papel que les toca, esto es, conducir los destinos de una nación.

Dije elites, y fue a propósito: un histórico déficit de elites que nos condiciona y compromete las posibilidades de algún futuro.

La noción de elite aquí empleada no se refiere a familias de pretensiones aristocráticas y pasados espurios. Como pasa con la palabra autoridad (que se convirtió en estigma: reclamar autoridad nos iguala a Patti, al peor discurso de la derecha), el mal uso ha degradado la noción de elite, que aquí y hoy evoca a tilingos sin ocupación seria, y no a un estrato de la sociedad capaz de asumir responsabilidades. Hablo de las elites de Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña. En esos países, más antiguos y con sociedades más estratificados, es más fácil entender quién es elite: frecuentan las mejores universidades, ganan los mejores sueldos, viven en los mejores barrios y ocupan los cargos de más responsabilidad en el gobierno. Son, por ejemplo, alumnos de la francesa Sciences Po, como Chirac, Mitterrand y, de hecho, los trece últimos primeros ministros franceses[1]... Elites son elites, y suelen irritarnos con sus privilegios. La diferencia es que en algunos países, ser parte de la elite trae, además de algunas ventajas (por ejemplo, tener acceso a la mejor educación y, en consecuencia, a mejores salarios), responsabilidades. Como la de hacerse cargo de construir un país para todos.

Aquí no tenemos, de hecho, algo semejante a una elite en el sentido de esos países, y por eso el criterio debe ser más amplio y más flexible: llamamos aquí elite a esa parte de la sociedad que está en condiciones de conducir los rumbos del país. De, asumiendo una metáfora náutica, ocupar el puente de mando. Gente excelente, con formación y capacidad de liderazgo, capaz de soñar grande y conducir la construcción de un futuro para todos. Y soñar, en esto, tiene importancia radical, tanto como conseguir ejecutar: hay que saber soñar grande y saber transformar el sueño grande en realidad.

¿Qué sueño es nuestro sueño, y qué posibilidades tenemos de que se concrete?

Eso queda muy evidente en una comparación que me resulta fácil y que está de moda: Brasil x Argentina. Tanto cuanto las evidentes, notables diferencias geográficas, Brasil nos aventaja en una elite que, mirando de manera menos crítica de lo que debía a su pasado, pero con noción de responsabilidad por el futuro, viene construyendo las bases para un país mejor, y lo hace seriamente –aunque con muchos tropiezos, claro: todavía hay mucha limpieza por hacer, mucha injusticia por resolver.

Me tocó ver el proceso, desde cuando nos admiraban como el modelo de avanzada a ser seguido hasta ahora, cuando nos miran con estupor y condescendencia, preguntando dónde nos tropezamos para caer tan mal. Salimos de los procesos dictatoriales más o menos en la misma época, y desde entonces sufrimos gobernantes de varios tipos, los dos. La diferencia está en que en Brasil la tendencia es virtuosa: expulsaron a Collor sin quebrar el orden institucional, tuvieron al folklórico Franco, pasaron al doctoral Fernando Henrique y ahora tienen a Lula. Mientras tanto, echaron a los capos vergonzantes del Congreso (y eso incluyó a los otrora todopoderosos caciques regionales, como el bahiano Antonio Carlos Magalhães). En esto tuvo y tiene que ver una prensa que, aunque sectorial y anticuada en muchos aspectos, asume un país y la defensa de sus instituciones, así como una malla fuerte tejida por dirigentes empresariales, líderes políticos y pensadores que creen que es posible un Brasil grande. Y que forma o está formando líderes jóvenes.

Elijo a uno como ejemplo, sabiendo que no es excepción, sino tendencia. Luiz Felipe nació hace 43 años en familia rica y tradicional y con porte de galán, se casó con la heredera de una de las mayores fortunas del país. Estudió historia, corrió (muy bien) varias maratones, fundó una editorial de revistas culturales, trabajó en la mayor editorial de revistas de Brasil (fuimos colegas) y desde hace dos años se prepara en Harvard, estudiando para ejercer una actividad política. En un país en el que el déficit de elites también es endémico, Luiz Felipe es ejemplo de una forma de una renovación sana y necesaria –aunque todavía incipiente.

Digamos que por jóvenes y ricos, se compararían a él Scioli y Macri.

Sobre Macri no sé decir mucho, excepto que algunos alertas despiertan mi desconfianza, más allá del marketing montado por una empresa eficaz (entre el marketing y la política hay una fosa enorme). Hablo del tufillo berlusconiano -pero puedo estar siendo injusto, juzgando por una apariencia, apenas. Hablo de la sospecha que me provoca alguien cuyo mayor mérito como administrador sea haber ocupado cargos en empresas familiares y dirigido un club –sabiendo o que los clubes son corleonistas por naturaleza y vocación. Me refiero al argumento de taxista (pero no apenas), según el cual Macri no va a robar porque ya es suficientemente rico –Ja! Como si tener plata fuese garantía para no robar…

Sobre Scioli si, puedo decir mucho. Le hice la primera entrevista de su vida, cuando yo dirigía una revista de deportes náuticos (la fenecida Bitácora) y él estaba por entrar en el mundo motonáutico: “que nadie nos moleste… no me pase ninguna llamada”, ordenó a su secretaria con voz bronca. Acompañé la (hábil, sin duda) invención de su carrera motonáutica, hecha a base de la compra de lanchas para él y para sus competidores en categorías antes vacías (adivinen cuál era la más potente…) y un marketing bien conducido por Clarín y el menemismo. Si tengo que juzgar lo que de él no sé por aquello que conozco bien tengo que decir que no tiene altura para conducir la provincia más rica del país –puede hasta hacerlo con habilidad, pero no le confío altura moral.

O sea, nos falta gente capaz de soñar grande, de contagiar con este sueño a la sociedad, de inspirarla y de juntar las fuerzas para que todos construyamos algo grande. Eso es lo que entiendo por orfandad de líderes. Un país sin líderes no va a conseguir salir de sus ciclos viciosos, de su propia versión del mito del eterno retorno.

El joven Corleone interpretado por Al Pacino estudió en una buena universidad. Debía escapar al destino de su padre: fue criado para escapar a la fuerza gravitacional de la famiglia, para ser un ciudadano exitoso dentro de la legalidad. No pudo. La ausencia de líderes (sus hermanos eran incompetentes para el cargo, estaban llevando a la organización al desastre) lo obligó a cumplir con su destino. Reencarnó a su padre e inició un nuevo ciclo, igual al anterior, pero un poco diferente: más sangriento, más aceitado y eficaz, más orientado por los saberes del siglo.

Es así en la Argentina: cuando creemos que algo nuevo empezó descubrimos que una fuerza mayor nos lleva de nuevo al viejo ciclo de desestructuración, de enfrentamientos, de quiebra social, económica, institucional, hasta que un nuevo héroe se alza y nos promete, esta vez si, salir del pozo (a los 44 años consigo recordar a Alfonsín, a Menem y, episódicamente, a varios más). Son héroes, no líderes. Mesiánicos, voluntariosos a lo mejor, fracasan y dejan al país frente al inicio de una nueva fase del ciclo perverso. Podríamos hablar de las doctrinas filosóficas del tiempo circular o, para continuar en el registro hollywoodiano, referirnos a El Día de la Marmota: la historia de un periodista que queda preso en un día; no importa lo que haga, el día volverá a empezar y los hechos a su alrededor seguirán su curso, cambiando por su acción directa, mas sin cambiar en nada. Así es la Argentina: cuando todo parece diferente, descubrimos que no salimos del mismo lugar, del mismo tiempo.

El otro huevo de Neustadt

Neustadt parece sacar su hocico de roedor a la luz para recordarnos que no conseguimos escapar de nuestro destino cíclico, que el nuestro es El País de la Marmota. Fue gracioso cuando el viejo yacaré, dando los últimos coletazos antes de la senilidad, mostró su saco escrotal en la tapa de la revista que mejor incorporó la esencia del menemismo. Talvez ahora, ya definitivamente senil, Neustadt nos esté mostrando otro huevo. El huevo de la serpiente que alberga nuestra clase media –esa clase media que alcanzó, una vez más, su nivel habitual de fascismo y que, incapaz de parir líderes y de soñar cualquier grandeza, se contenta con los despojos del festín.



[1] Otros nombres célebres que frecuentaron Sciences Po (oficialmente Institut d'Études Politiques de Paris): Ingrid Betancourt, Michel Camdessus, Nicole Fontaine (presidente del parlemento europeo), Simone Veil (presidente del parlemento europeo), Pascal Lamy (director general de la Organización mundial de comercio), Rainier III de Monaco, los presidentes franceses Jacques Chirac, François Mitterrand, Georges Pompidou, y los primerios ministros franceses Dominique de Villepin, Lionel Jospin, Alain Juppé, Édouard Balladur, Michel Rocard, Jacques Chirac, Laurent Fabius, Raymond Barre, Jacques Chaban-Delmas, Maurice Couve de Murville y Michel Debré. Eso sin contar a gente de la cultura o las letras, como Marcel Proust, por ejemplo. Son 28 jefes de estado, según la cuenta oficial de la institución.

4 comentários:

Anônimo disse...
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Anônimo disse...

Te he vuelto a leer.
El discurso me parece bueno e inconducente.
Lindo para seguirlo entre gancias y caipirinhas.
Creo que podrías desarrollar "el ejemplo brazuca".
Me parece que estás soslayando "el gen peronista", mortal en su combinación con el clasemedismo económico que hace rato reemplazó a la riqueza cultural de cuando éramos pobres y felices en un país rico. El círculo vicioso ha sido brutal. Hoy tienen edad de gobernar los sobrevivientes de la generación masacrada. Nada garantiza que los próximos serán mejores.
Como ves, soy optimista.

JOSE DIAGO.
jascdiago@yahoo.com.ar

Anônimo disse...

Antes que nada te felicito por el manejo del lenguaje.
En segundo lugar, veo que estás "atado" a una versión de la historia argentina, aunque te presentes como opinión independiente y equidistante. Te equivocas cuando tratas con sorna la disyuntiva Rosas--Mitre, Sarmiento y toda la antipatria que les acompaña HASTA HOY DIA: Martinez de Hoz y Cavallo, para poner dos nombres "emblemáticos" son la continuación de Rivadavia, Mitre, Rosas y toda su polìtica entreguista, saqueadora, exstranjerizante en el peor sentido de la palabra. Y si hoy existen los M. de Hoz, los Cavallo, es porque sigue en vigencia aquella antinomia Rosas--Mitre, y todo lo que ello conlleva. Tu mirada de la historia es la típica de la izquierda que nunca entendió la cuestión o que la entendió muy bien. (Un "chiste" que me contaba un amigo era el siguiente: Le pregunta una persona a otra, luego de hablar un rato y dada su forma de expresarse "progre": ¿eres miembro del partido comunista? El otro le responde: ¡No ché, no tengo tanta plata para eso! ¡Apenas soy miembro del Jockey Club y de la Sociedad Rural!).
En tercer lugar, en cuanto a los supuestamente "elegidos por votos", deberías enterarte mejor cómo fue esa "elección", aunque eso por si no sería condenable.
En cuarto lugar, quien habla de la "teoría del alacrán" es parte de esa polìtica, por lo tanto al criticarla se coloca por fuera de ella, lo cual sería una falacia. Y de ahí deducir todo lo que ello conlleva.
En quinto lugar, decís algo grave: que no sabés si la falta de líderes se debe a Perón o a la dictadura. Creo que es un verdadero desatino. La dictadura vino, con M. de Hoz a la cabeza, PARA DESTRUIR TODO LO QUE QUEDABA DEL PERONISMO DE PEROPN Y EVA PERON. ¡¡Y vaya si lo consiguieron!! Y como si fuera poco, vino el inombrable para poner la cereza arriba de la tortas y junto con tu Alfonsín preparar la entrega total del país con la reforma constitucional, LA CUAL ANULA TODO LO QUE LA CONSTITUCION DEL 49 PLANTEA.
En sexto lugar, decís "cuando nos miraban como avanzada". Si, éramos avanzada gracias a los diez años de Perón. ¿Tuvo errores Perón? ¡¡Por supuestos que los tuvo, y algunos muy serios!! Pero te pido, si lo querés criticar en lo que es la relatividad de la política, que me muestres un sólo político antes o después de él que lo haya superado, es decir, que haya cometido menos errores. Nunca te olvides que cuando lo voltearon a Perón Churchill dijo: "Es el hecho más importante después del triunfo de la segunda guerra mundial". Esta frase habla mejor de Perón que todo lo que puedan decir otros.
En séptimo lugar y termino en esta visión a vuelo de pájaro de tu escrito, te puedo decir que cometés un gran error al comparar clase media con facismo. Perón decía que la clase media era como caca de paloma, pues no servía ni para abono. Pero de ahí a fascista, hay una gran diferencia y creo que es un insulto gratuito equipararla al fascismo en países periféricos como el nuestro.
Bueno, dejo aquí porque como clase media que soy tengo que salir a ganarme el mango.
Firma: Caray

andres bruzzone disse...

Una visión interesante: la nota de tapa de Newsweek Argentina.

Como esos incendios forestales que se avivan desde brasas dormidas por una ráfaga inesperada de viento, el choque de viejos resentimientos, nuevas retenciones al agro y estilos intransigentes de gobierno recrearon en pocos días los furiosos antagonismos que signaron a la Argentina en distintas etapas de su historia.
El argumento del drama fue sorpresivo. Un ministro de Economía que cambia el esquema de retenciones a la soja y otros cultivos, pequeños chacareros y grandes hacendados que confluyen para resistir la medida con cortes en las rutas, una Presidenta que los reprende con dureza pero luego intenta conciliar y barajar compensaciones, sectores urbanos que salen a tañer las cacerolas como si guardaran tractores en las cocheras de sus departamentos, y un miliciano oficialista empeñado en reconquistar y defender la Plaza de Mayo de la “puta oligarquía”.
Podría haberse tratado de una oportunidad histórica para discutir la redistribución de la riqueza, los riesgos de una economía basada en el monocultivo de soja o el progresivo despoblamiento de los campos. Pero, en cambio, el conflicto parece haber exacerbado la intolerancia y la prepotencia, las formas preferidas por los argentinos para discutir banalidades o, en este caso, cuestiones de fondo como un modelo de país. Todo quedó sepultado por acusaciones cruzadas, rencores disfrazados de solidaridad, prejuicios de clase. “Es el piquete de la abundancia”, denostó la presidenta Cristina Fernández de Kirchner el martes 25. “¡Que se vaya!" y "No queremos montoneros”, respondieron manifestantes, ollas en mano, en Callao y Santa Fe y frente a la quinta de Olivos. “Tengo un odio visceral contra los blancos de Barrio Norte”, terció el ex funcionario y líder piquetero Luis D´Elía. “He visto el rostro de un pasado que pareciera querer volver: el 24 de marzo de 1976, un mes antes del Golpe, también hubo un lockout patronal", inflamó la Presidenta en su arenga en la Plaza de Mayo, el 1 de abril.
El Gobierno nunca imaginó que los anuncios originales del 11 de marzo, que subían las retenciones a la soja y el girasol y bajaban las del trigo y el maíz, provocarían semejante clima de tensión. Los sectores del agro se quejaron de haber sido ignorados por el ministro de Economía durante los cien días del nuevo gobierno y los últimos años de la gestión Kirchner. Pero haber discutido o consensuado los anuncios hubiera sido ir en contra del ADN del estilo Kirchner: golpear primero, y negociar después. Lo tuvo que hacer el Gobierno, finalmente, pero bajo la presión de las circunstancias, con propuestas de subsidios que recién ahora podrían convencer a los pequeños productores.
Tras años de autismo frente al sector agropecuario (muy beneficiado por el boom de las commodities), la discusión ya no fue sólo por el anuncio del 11 de marzo sino que arrastró años de rencor, prepotencia y falta de planificación certera en una política agroindustrial para el mediano y largo plazo.
En una espiral autodestructiva, los argentinos solemos responder a la prepotencia con la misma moneda. Los cortes en la ruta de los “piqueteros buenos”, como los denominó el presidente de la Sociedad Rural Luciano Miguens, impulsaron el desabastecimiento y adjudicaron a los huelguistas la curiosa facultad de revisar camiones ajenos y decidir quiénes podían pasar y quiénes no. La misma clase media urbana que se escandalizaba por los piquetes en la ciudad de Buenos Aires (ya extinguidos), o los cortes de ruta que les impedían llegar a Punta del Este en auto, ahora aplaudía a cacerola viva los cortes de entre cien y cuatrocientas rutas según el día de conflicto.
Hay que reconocer, sin embargo, una evolución indiscutida en los valores de tolerancia de nuestra sociedad. Ayer, en todo el siglo pasado o en los años setenta añorados del matrimonio Kirchner, a la violencia se respondía con más violencia, asesinatos terroristas, terrorismo de Estado y desapariciones. Hoy, el pico máximo de violencia se redujo a un mínimo e injustificable combate pugilístico entre los seguidores de Luis D`Elía y los adeptos al paro. Aún en esa puja, hay una inversión de la foto histórica, donde los sectores más bajos eran los que hacían un paro a los sectores medio altos y altos.
Los veinticinco años de democracia parecen consolidados y, como señala Felipe Pigna a Newsweek, “no hay que estigmatizar en la intolerancia y la prepotencia a la sociedad en su conjunto”. Sin embargo, el historiador admite que durante la crisis, “recrudeció la intransigencia y el autoritarismo”.
Tres preguntas sencillas sobre las formas y no sobre el fondo.
1) Si el actual gobierno o el anterior hubieran tenido diálogo con las cuatro federaciones del campo, ¿hubiera sido idéntica la reacción de los chacareros? ¿Cuánto influye el rencor cuando un sector se presume víctima de la prepotencia a la hora de iniciar una negociación?
2) Si el 11 de marzo, Martin Lousteau hubiera añadido al anuncio de las retenciones móviles las compensaciones para los pequeños chacareros que agregaron veinte días más tarde, ¿la reacción hubiera sido la misma?
3) Si el primer discurso de la presidente no hubiera hecho hincapié en “los piquetes de la abundancia” y hubiera apostado a la conciliación, humildemente, ¿las consecuencias hubieran sido las mismas?

Pero para las federaciones del campo y los actores de los cortes y caceroleros, también caben algunas preguntas.

1) ¿Es legítimo cortar una ruta y provocar un posible desabastecimiento y aumento de inflación?
2) ¿La extorsión es un recurso válido para defender intereses que pueden ser legítimos?
3) ¿Cómo se explica una manifestación que exige la renuncia de un presidente elegido democráticamente hace menos de cinco meses?


Todas las preguntas, para ambos actores, incluyen estilos y comportamientos donde la intolerancia y la prepotencia se pusieron de manifiesto de menor o mayor grado.



En el momento más caliente del conflicto, a alguien se le ocurrió preguntar en un foro de Yahoo por qué se tilda de soberbia a Cristina Kirchner. Hubo decenas de respuestas, pero MOM (un nickname) ofreció la más explícita: “Porque lo es. Es agresiva, altanera, insolente, despectiva, intolerante, inflexible y temeraria”. La parrafada es casi la consagración del encono. “Nunca vi tantos agravios en tan poco tiempo a un gobierno popular”, se quejó la Presidente en su cuarto discurso en diez días. Si fuera capaz de atraer inversiones como atrae adjetivos de sus opositores, la prosperidad argentina estaría asegurada otros cuatro años.
El miércoles 26, un día más tarde de que la presidente iniciara su discurso aclarando que ella sabía que le costaría más “por ser mujer”, en la redacción de Newsweek comenzamos a investigar la validación científica de ese argumento. Al hallar interesantes “papers” de prestigiosas universidades, evaluamos llevar este contenido a la portada. Al fin y al cabo, ¿en qué punto la prepotencia y la intolerancia no estaban relacionadas con una cuestión de género? ¿Si el mismo primer discurso, en el mismo tono, lo hubiera dado Néstor Kirchner, la reacción habría sido la misma?
Numerosos estudios demuestran que, a la hora de gobernar, las mujeres suelen ser menos valoradas socialmente que sus pares masculinos. Un conocido experimento de psicología política, el “paradigma de Goldberg”, muestra que en todos los países, la valoración de un discurso o un texto es mayor cuando lo dice o escribe un hombre que cuando lo hace una mujer, aun cuando el contenido sea idéntico.
Las investigadoras Alice Eagly y Steven Karau, de las universidades Northwestern y Southern Illinois, en Estados Unidos, atribuyen el prejuicio a lo que bautizaron “teoría de congruencia de roles”. Se supone que existe una contradicción entre la percepción de las características que tiene que tener una mujer, como cuidar y atender, y los requerimientos que se esperan de un líder, como la expresión franca de las convicciones y la defensa vigorosa de los derechos. Esto produce el efecto de la sábana corta sobre un cuerpo largo. Cuanto más “cálida” y “femenina” se muestra una líder, la sociedad la percibe como menos competente. Y viceversa. Por otra parte, la firmeza se suele leer como soberbia.
“Cometí el pecado de ser mujer”, insistió CFK en la Plaza de Mayo. Aunque es difícil ponderar el aporte relativo de ideología, intereses económicos, género y atributos personales, “la sociedad no está preparada para que la mujer sea dirigente”, reconoce a Newsweek la filósofa y socióloga Hilda Habichayn, fundadora de la Maestría en Poder y Sociedad desde la Problemática de Género de la Universidad Nacional de Rosario. “Siguen habiendo prejuicios. Y el hecho de que la Presidenta sea mujer puede resultar irritante para muchos”, agrega.
Tradicionalmente se da por sentado que la autoridad es cosa de hombres, lo que deja a las mujeres los espacios de “madre” y de “ama de casa”. No siempre fue así en el pasado lejano, y están los casos de la reina Hatshepsut en Egipto, Isabel I de Inglaterra, Catalina la Grande de Rusia o la reina Isabel de Castilla para probarlo. Y aunque sus liderazgos era, más bien, consecuencia de las leyes de la herencia o de un casamiento afortunado, todas se las arreglaron para ejercer el mando.
Pero según el columnista del New York Times Nicholas Kristof, el problema de las mujeres dirigentes en las democracias modernas es que, en la era de la televisión, no sólo tienen que gobernar sino también navegar los prejuicios públicos. Después del discurso de Cristina Kirchner el jueves 27, cuando pidió “humildemente” que los ruralistas levantaran los cortes de ruta, algunos medios repararon en que había usado el mismo tailleur de seda en tono manteca y la misma blusa de gasa semitransparente, tramada en blanco, bordada con pallets de cristal y botones nacarados, que había elegido el 25 de enero para recibir a Evo Morales.
Por supuesto que ni el motivo de fondo, ni la mayoría de las formas se concentran en la cuestión de género que, a lo sumo, es un tema más que contribuye a percibir esas mismas formas de un modo distinto. “El imaginario social del poder es machista, y la sociedad tolera más el ejercicio del poder por parte de un hombre que por parte de una mujer”, afirma la psicoanalista Lía Ricón, profesora de Salud Mental en la UBA y autora del libro “Podrían volver las diosas. Una perspectiva femenina en los gobiernos” (2007).
Para cerrar, con cierta arbitrariedad –debemos admitirlo- este eje de la nota, le hicimos una última pregunta a la psicóloga social y socióloga Lidia Kneller, investigadora de la UBA:
Newsweek: ¿Hasta que punto siente que el hecho de que la Presidenta Kirchner sea mujer, o que se la perciba como soberbia, avivó este conflicto?
Lidia Kneller: Yo creo que aquí se trata sobre todo de política económica y de intereses concretos. Seguramente, a ciertos sectores les irritó más el contenido que el tono de su mensaje, a pesar de la cualidad oratoria que todos le reconocen a la presidenta. Lo que se cuestiona como soberbio es en realidad, para alguna gente, la no correspondencia con sus propios deseos o intereses.

Un sprint telegráfico de la cronología del paro. Ausencia de diálogo entre las partes. Anuncio de las nuevas retenciones. Paro. Leves cortes de rutas esporádicos. Boom turístico de Semana Santa (cacerolas mudas y de viaje). Ligero desabastecimiento. Paro por tiempo indeterminado. Rutas tomadas. Primer discurso presidencial: tono severo, confrontación. Cacerolazo urbano. Segundo discurso presidencial, moderado llamado al diálogo. D´Elía de fondo. Cacerolazo mínimo. Calamaro gana los premios Gardel y habla de “piquetes paquetes”. Diálogo. Stand By de viernes. Paro. Corte de Ruta. Tercer discurso presidencial: nuevo llamado al diálogo, tono moderadísimo. Ratificación del paro. Marcha del Sí. Cuarto discurso presidencial en acto peronista. Tono moderado. Posible tregua.
En el país de la crispación, los conflictos se dirimen con marchas y contramarchas, cortes de rutas y agravios. Y al fondo de los temas nunca se llega porque nadie se escucha. Cuando la Presidente habla, los chacareros niegan antes de que ella termine la frase. El mismo poder de negación que el Gobierno tuvo para no calcular la irritación podía provocar no sólo la medida de fondo (retenciones a la soja) sino las formas: sin distinción inicial para pequeños chacareros, “piquetes de la abundancia”, “oligarquía” y otros epítetos que parecían no advertir que detrás de “El campo” también había peones rurales y chacareros de clase media” y no sólo una clase media dominante que debía resignar sus ingresos para una redistribución más justa.
De eso, se queja Juan Andrés Bianchi, que tiene 62 años trabaja desde los 9 en el campo y tiene 100 hectáreas junto a dos hermanos. Pero ahora está en el corte de Gualeguaychú y le dice a Newsweek: “La Presidente habla como si tuviera algo personal en contra nuestra". El líder de la Federación Agraria local, Alfredo De Ángelis, convertido insólitamente por los medios en un referente indiscutido, cree que la Presidente “tiene mucho rencor metido adentro, y eso no ayuda. Es orgullosa, rencorosa, soberbia. Me da pena, porque una presidenta no puede ser así. Además, es gente universitaria. Y uno tiene séptimo grado nomás...". En Gualeguaychú se concentra una de las grandes paradojas de la Argentina kirchnerista. Es la ciudad más radicalizada en los cortes de Botnia y del agro, pero que sin embargo hace cinco meses votó por Cristina Fernández de Kirchner.
Pero volviendo a nuestros ímpetus, a nuestros modos para plantear y actuar frente al disenso, le preguntamos al analista político y experto en peronismo, Alejandro Horowicz si estos rasgos –prepotencia e intolerancia- eran inherentes a nuestra sociedad. "Si tuviera que contestar te tendría que decir un insulto", cortó enojado la conversación y prefirió no responder.
El psicólogo Daniel Eskibel, docente de la Maestría en Consultoría Política de la Universidad Pontificia de Salamanca, que se cursa en la UCA, sugiere un cambio en la comunicación del Gobierno para los tiempos de crisis o disenso: “un discurso más sereno, menos emocional, más institucional y más equilibrado", dice a Newsweek.
Al cierre de esta edición, en la noche del primer día de abril y mientras escribimos estas líneas, las agrupaciones del campo empiezan a hablar de una "tregua". La crisis del campo y el Gobierno nos brinda también una excelente oportunidad para reflexionar sobre nuestra propia tolerancia y nuestra propia capacidad de dialogar y escuchar, principalmente, a quienes piensan diferente.